La habitación era
grande, lo suficiente como para que le diera la sensación de que un mundo cabía
allí dentro. Las paredes blancas mezclaban una amplia mesa color azul en la que
había una botella de vino dorado que parecía olvidada por alguien hace tiempo, una
pila de libros que reposaba sobre una estantería color negro, y una mesa de
dibujo cubierta de papeles que hacían imposible distinguir dónde empezaba y
dónde terminaba. Había también algún que otro poster sobre las paredes que invitaban
a pensar que, en aquella estancia, todo lo exterior era ajeno, el lugar y el
tiempo se detenían, no existían; solo algún soplo de aire que se colaba por el
balcón entreabierto le devolvía a la realidad. Estaba apoyada sobre el marco de
la puerta de un modo un tanto extraño, como si tuviera miedo de que el color
verde le tiñera las manos.
- ¿Sabes? Me da absolutamente lo mismo todo lo
que estás diciendo.
- Creía que te interesaba, que simplemente querías
contarme qué te ocurre, cómo eres.
- ¿Ves esa pared? Lo único que quiero ahora
mismo es que tus uñas rasguen la pintura y que mientras me muerdas los labios
de tal forma que las mías acaben clavadas en el mismo lugar. Solo una vez. Solo
sin pensar. Ya tendremos tiempo de hablar de mí y de ti también. Si quieres. Si
te atreves. Si me dejo…