jueves, 19 de septiembre de 2013

Todo lo que podríamos haber sido tú y yo si no fuéramos tú y yo



La vida es pasión, es amor, es deseo, es sexo. Para haber vivido necesitas que el corazón te haya latido tan rápido que parece que se vaya a desbocar, necesitas anhelar algo con toda la fuerza y la energía del mundo, necesitas haber follado y haber hecho el amor a partes iguales, necesitas tener un corazón roto y uno reconstruido.

De qué nos sirve el cuerpo si somos insensibles al placer y al dolor, a los embistes de la vida y a los golpes de otro cuerpo contra el nuestro. Tengo el cuerpo y el corazón lleno de cicatrices y estoy agradecida a la vida por ello, pero sobre todo, agradezco al tiempo que me enseñó a secarlas aunque alguna extraña vez aún me piquen. Es bueno que piquen las cicatrices, nos recuerdan quién fuimos, dónde caímos y dónde acertamos. Es su manera de decirnos que aunque nos abramos en canal (a la vida, a alguien, a un proyecto) siempre habrá alguna manera de volvernos a cerrar para empezar de cero.

Agradezco el día que me planté y dije “soy así y aquí estoy”. La primera vez que leí “El guardián entre el centeno”. Que vinieras corriendo a abrazarme tras cuatro meses sin vernos. Que me preguntaras si podías llamar a tu madre para decirle que venía a verte. Que aquel martes por la tarde la profesora decidiera poner “Amelie” y no cualquier otra película. Que me dijeras que yo sola puedo proporcionarme cinco mil días de felicidad. Que me cuides como una madre. Las promesas de amor eterno de madrugada en mi coche. Que me echaras veintiséis años aunque no piense que los tenga. Que Estellés escribiera “Assumiràs la veu d’un poble”. Que te tumbaras a mi lado aquel día en la Montagnola. El olor de las librerías y las bibliotecas. Que pese a todo ellos me quieran tal y como soy aunque no les guste. Los orgasmos que me regalaste aquella madrugada de domingo. Que a los dos minutos de llamarte te presentaras en mi casa y me abrazaras muy fuere, que fueras aquel día casa. Que te pidiera un beso al lado del río contra mi coche y me lo dieras. Que tenga esta fobia irracional a los médicos y a las agujas. Que me ganaras esa apuesta de kit-kat. Aquella tarde que para ver a Mendoza tuvimos que estar en el extranjero. Cuando escuché por casualidad en la tele “Me he perdido”. El pequeño cuaderno como regalo de reyes. Que aunque haya unos cuantos kilómetros de por medio te apetezca pasarte casi dos horas al teléfono conmigo. Que fueras valiente aquella noche, explotaras y me contaras tus miedos. Que me vuelvan loca los rotuladores de colores. Una buena cerveza independientemente de la época del año. Tener tantos sueños irracionales e inalcanzables y aun así creer que lo imposible es posible. Pensar que nadie pueda ser tan malo, aunque luego nos golpee por la espalda. Que aunque quiera escuchar lo contrario seas capaz de decirme “no”.

Agradezco cada golpe y cada caricia. Pero, sobre todo, agradezco haber comprendido que solo yo puedo hacerme libre para poder decir luego “me he equivocado, pero al menos lo he intentado”.  Aunque podríamos haber sido muchas cosas, de no ser así no serías tú. No sería yo.

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