La vida es pasión, es amor, es deseo, es sexo. Para haber vivido necesitas
que el corazón te haya latido tan rápido que parece que se vaya a desbocar,
necesitas anhelar algo con toda la fuerza y la energía del mundo, necesitas
haber follado y haber hecho el amor a partes iguales, necesitas tener un
corazón roto y uno reconstruido.
De qué nos sirve el cuerpo si somos insensibles al placer y al dolor, a los
embistes de la vida y a los golpes de otro cuerpo contra el nuestro. Tengo el
cuerpo y el corazón lleno de cicatrices y estoy agradecida a la vida por ello,
pero sobre todo, agradezco al tiempo que me enseñó a secarlas aunque alguna
extraña vez aún me piquen. Es bueno que piquen las cicatrices, nos recuerdan
quién fuimos, dónde caímos y dónde acertamos. Es su manera de decirnos que aunque
nos abramos en canal (a la vida, a alguien, a un proyecto) siempre habrá alguna
manera de volvernos a cerrar para empezar de cero.
Agradezco el día que me planté y dije “soy así y aquí estoy”. La primera
vez que leí “El guardián entre el centeno”. Que vinieras corriendo a abrazarme
tras cuatro meses sin vernos. Que me preguntaras si podías llamar a tu madre
para decirle que venía a verte. Que aquel martes por la tarde la profesora
decidiera poner “Amelie” y no cualquier otra película. Que me dijeras que yo
sola puedo proporcionarme cinco mil días de felicidad. Que me cuides como una
madre. Las promesas de amor eterno de madrugada en mi coche. Que me echaras veintiséis
años aunque no piense que los tenga. Que Estellés escribiera “Assumiràs la veu
d’un poble”. Que te tumbaras a mi lado aquel día en la Montagnola. El olor de
las librerías y las bibliotecas. Que pese a todo ellos me quieran tal y como
soy aunque no les guste. Los orgasmos que me regalaste aquella madrugada de
domingo. Que a los dos minutos de llamarte te presentaras en mi casa y me
abrazaras muy fuere, que fueras aquel día casa. Que te pidiera un beso al lado
del río contra mi coche y me lo dieras. Que tenga esta fobia irracional a los
médicos y a las agujas. Que me ganaras esa apuesta de kit-kat. Aquella tarde
que para ver a Mendoza tuvimos que estar en el extranjero. Cuando escuché por
casualidad en la tele “Me he perdido”. El pequeño cuaderno como regalo de
reyes. Que aunque haya unos cuantos kilómetros de por medio te apetezca pasarte
casi dos horas al teléfono conmigo. Que fueras valiente aquella noche,
explotaras y me contaras tus miedos. Que me vuelvan loca los rotuladores de
colores. Una buena cerveza independientemente de la época del año. Tener tantos
sueños irracionales e inalcanzables y aun así creer que lo imposible es
posible. Pensar que nadie pueda ser tan malo, aunque luego nos golpee por la
espalda. Que aunque quiera escuchar lo contrario seas capaz de decirme “no”.
Agradezco cada golpe y cada caricia. Pero, sobre todo, agradezco haber comprendido
que solo yo puedo hacerme libre para poder decir luego “me he equivocado, pero
al menos lo he intentado”. Aunque
podríamos haber sido muchas cosas, de no ser así no serías tú. No sería yo.