Se sentía tan pequeña, tan insignificante en aquel mundo extraño, rodeada de tanta tanta gente... Hasta aquello que alguna vez se atrevió a despreciar le faltaba en aquel momento. La vida era tan irreal, tan rara...
Ella y su maldita atracción hacia la locura. Ella y su ridículo empeño en salvar al mundo. Ella y su destructivo deseo de complacer. Ella...
Le gusta la lluvia.
Le fascina, le atrapa, le conmueve. Siente que la lluvia le traslada a otro
tiempo, a otro lugar. La lluvia limpia su mente, expira sus culpas, empequeñece
su identidad.
Hoy la lluvia le
trae recuerdos, variados, diversos, saltando de escenario en escenario.
Recuerda su cuerpo empapado en la calle, mil conversaciones en el interior de
su coche, un café con los ojos sinceros de su amiga posados en ella, la manera
de devorarse los labios al abrigo de la oscuridad de una ciudad extraña, la
sonrisa de ese pequeño gran hombre que la mimaba cada día, el abrazo amigo y
sincero de aquel día en el que él le confesó lo inconfesable, un gintònic entre
una sonrisa con unos pocos años más, los ojos vidriosos de ella después de
sentir un trabajo bien hecho…
Quanto il mondo può essere meraviglioso intanto la pioggia se lo ricorda.
Eres una maldita egoísta. El mundo se cae a
pedazos; la gente abarrota las calles a sabiendas en el fondo del corazón que
muchas pocas personas son las que les impiden avanzar. ¿Y tú? Ahí estás, egoísta
como siempre. En tu mundo cerrado a cal y canto, revolviéndote entre tus
problemas de mierda una y otra vez. Entre la soledad y la diferencia, lo
extraño, lo raro. La visión de los demás, tu visión de los demás. Eres una puta egoísta.
Ella se escucha, como otras tantas noches, sin
encontrar salida o solución a esa maraña. Lo único que conseguiría calmarla en
aquel momento es ese pequeño hombre de pies desnudos que acostumbra a descansar
sobre su espalda cada vez que el día acaba.