Tres historias. Tres puntos suspensivos. Tres saltos de página.
Entones llega ese momento en el que comprendes que hay fantasmas que te
acompañarán toda tu vida como una carga. Cosas que nunca te dije, besos que te
pedí, orgasmos que intenté robarte, horas que arañamos al sueño, acuerdos a los
que tratamos de llegar, cafés a media tarde.
Das media vuelta y ves a tu yo del pasado; a sus flores, sus cartas de
amor, sus pequeños detalles insignificantes, sus palabras justas en el momento
adecuado. No sabes ni dónde ni cuándo, solo lo rápido que ha sido todo. Te ves
ahora, fría, distante y cómo tu alrededor resbala sobre ti como la lluvia lo
hace por las farolas. Comprendes que nada te duele lo suficiente como para
derramar una lágrima, quizá porque ya quemaste demasiadas, quizá porque debe
ser así. Te miras al espejo y te has convertido en una persona triste oculta bajo
una sonrisa, en alguien vulgar. Te cansaste de esperar, porque no hay qué ni
quién esperar.
Lo peor de todo es que te has convertido en aquellas personas a quien
siempre odiaste. Y sigues caminando.