Recuerdo el día que entraste, por la puerta grande, como un tornado rompiendo todos los esquemas a tu paso. No obstante, tengo una vaga memoria de aquella tarde, con los papeles esparcidos por la mesa, en la que me invitaste a salir por la puerta de atrás. No soy capaz de decir cuánto tiempo ha pasado (y mira que antes lograba contar las horas, minutos y segundos que podían transcurrir entre dos espacios), y lo cierto es que me queda algún recuerdo vago. Sin embargo, descubrí que se les puede cambiar el nombre a las calles, que es posible transformar las fechas e incluso quitarles tus apellidos, existen otros labios con otros sabores y descargas diferentes. Escribí otros versos, para otras piernas, otros lugares, otros sabores que no eran los tuyos, y ¿sabes qué? Que salieron buenos versos.
Pero lo más importante es que entendí que la felicidad no se resume a un solo tipo y que la muerte, por mucho que nos empeñemos, solo llega con el propio fin, nunca cuando parte alguien.
Y para ello, por suerte, me marché por la puerta de atrás.