Hasta lo más sencillo es complejo. Cada momento parece el fin de todo y el principio de nada. Todo parece más fácil si cambias de ciudad, si empiezas de cero, pero la clave de todo está en ti. Parece que todo sea estático, que todo sigue como siempre y que nada vaya a cambiar, que estás hastiada de la realidad, de tú realidad. Buscas fuera lo que no tienes dentro. Y piensas. Y recuerdas. Y entonces, con tiempo, entiendes.
Recuerda, por
ejemplo, una noche. ¿Hay muchas noches en tu vida verdad? Buenas. Malas. Aquella
noche en que lloraste a escondidas porque las cosas no eran como esperabas. La
noche en que hiciste aquello que pensabas que jamás te atreverías. La que
sentiste que perdiste algo que jamás ibas a recuperar. O la noche tranquila de
la que no esperabas nada y acabaste de madrugada sin poder parar de reír. La
noche que no te separaste de su lado, pensando que era la última vez que lo
verías. Esa noche en la que tal vez no era lo apropiado pero no podías dejar de
recorrer sus labios.
Bien, ¿las
recuerdas? ¿Tienes esas noches? Recuerda cómo te sentiste, lo que aprendiste,
lo que perdiste, lo que ganaste. Eres frágil, pero tienes la capacidad de
recomponerte. Un día pensaste que ese momento se te escapaba entre los dedos,
esos labios, esas palabras, esos amigos. Con el tiempo viste que podías
encontrar y encontraste otros momentos, labios, palabras y amigos diferentes,
mejores y peores, pero que te hicieron pensar en que otra cosa era posible, te
hicieron sentirte viva.
Tal vez te
sientas perdida o desilusionada, como otras veces, pero piensa que cuando menos
lo buscaste el camino terminó por encontrarte. Disfruta de las pequeñas cosas y saborea las
pequeñas ilusiones, pues solo así llegará el momento en que te darás cuenta de
que son las noches pasadas y presentes (todas sin excepción) las que te
muestran que estás viva. Entonces, sonreirás.
A ti, que me has
curado enseñándome que era yo quien tenía que curarme a mí misma.