Acto I. Sidra.
(Cualquier bar de Madrid)
Sobre la mesa, a la derecha, descansa una botella beige metálica. No hay
vaso, no es necesario, los tragos saben mejor así. A la izquierda hay un
cuaderno cuya portada está llena de tachones. Al centro, ella.
Es un punto de inflexión en su vida. Euforia. Tristeza. Se abalanza sobre
el cuaderno, sus palabras lo devoran con avidez. Perder para ganar. Ganar para perder. Al fin y
al cabo lo único que desea y consigue es crecer.
Ponedme contra todas las
paredes que queráis, terminaré haciendo lo que me dé la gana.
Acto II. Ginebra.
(Habitación en penumbra. Lejos de casa)
Una botella azul vacía observa la escena desde lo alto de la estantería. Al
lado de ésta, se filtra por las rendijas de la ventana abierta el olor a verano
con el alba que irrumpe en los portales. Los gemidos y la respiración acelerada
cortan el silencio de la calle. En el suelo, las sábanas. En la cama yacen dos
cuerpos.
Se le agota el tiempo. Los segundos vuelan más rápido de lo que su boca es
capaz de robarle los besos a la piel. Sus dedos, hábiles, desabrochan el último
corchete. Viajan por su espalda, girando a la izquierda por su cadera,
saboreando lentamente la bajada hacia su sexo. Entonces, cuando sus dedos ya se
han perdido entre las piernas, ella cierra los ojos. Cree que con eso basta
para que el tiempo se detenga.
Es extraña esa sensación de
desear a mujeres a las que nunca querrás y de querer a mujeres a las que ya no
desearás. (Marwan)
Acto III. Vino blanco.
(Pequeño local con copas. Familiar)
Hay varias botellas de vino vacías sobre el mantel marrón que cubre la
mesa. El arte, el olor de los platos terminados embriaga la estancia. Las anécdotas
y las charlas están a punto de regarse con cava. Se puede palpar la
satisfacción del trabajo bien hecho.
Entre tanta alegría se detiene un momento a reflexionar. El tiempo va
pasando sin rumbo, como siempre. Las cosas siguen cambiando. Sigue sin saber
muy bien hacia dónde. Ella la mira. Le
agradece con una mirada cómplice haber planeado todo aquello. Sonríe.
Una buena copa de vino es como
un beso bien dado. Sabes que la primera siempre llevará a la segunda.
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